¿Que si no habían problemas? Supongo que sí, qué familia no los tiene, pero a qué horas y en qué momento se hablaba de eso, no sé, ellos se las arreglaban para que no nos diéramos cuenta. Cuando digo ellos, me refiero a mis abuelos y tíos. (Para completar la foto de arriba solo faltan mi tía Miriam y mi tía Aracelis…)
Tratando de hacer memoria antes de empezar a escribir, un poco para organizar las ideas, creo que el recuerdo más antiguo que tengo de la casa de mi abuela María, mi abuelita materna, fue llegando de Maracay un mes de Agosto, la imagen es muy vaga, era muy pequeña, me bajé del carro eché a correr y entré a la casa, la puerta de la reja siempre abierta, la puerta principal sin seguro para todo el que quisiera entrar, ¡que tiempos aquellos! y una tercera puerta que daba acceso al comedor y a la cocina de la casa (después de algunos años eso se modificó), aún no era mediodía así que reposaba el plato de mi abuelo Antero en la mesa esperando su llegada, le gustaba comer su comida reposada, ya fría, una de las tantas características peculiares de mi abuelo. Pasé corriendo y le llegué a las piernas a mi abuela, la abracé como solía hacerlo, le pedí la bendición y le pregunté por todos…
Aquella cocina es inolvidable, tenía un comedor con su mesa un poco formal, de vidrio y luego una mesa en la cocina, pequeña, redonda, muchos gabinetes de un color naranja rojizo con líneas blancas, la hornilla encendida día y noche y un olor delicioso a guiso, a plátano horneado, a funche, en fin, la casa de mi abuela olía rico a toda hora.
Al poco rato, como por obra y gracia del espíritu santo, llegaban todos, mi tío Wincho, mi tía Paludia, mi tía Levis, mi tía Emirva, mi tío Cheo, mi tía Miriam, mi tía Dilma, mi tío Ender, los primos, mi tía Ingrid. Ya al caer la tarde, la casa estaba repleta de gente, de mi gente, de mi familia materna.
En esa casa aprendí el valor de las tradiciones, la importancia de hacer las cosas para agradar y atender a los demás, con amor, con dedicación.
No había desánimo ni lugar para la flojera, todos colaboraban y todos inventaban algo que hacer, hablabamos al mismo tiempo, se podía gritar, reír y jugar, comer a cualquier hora, bañarse a cualquier hora, dormirse a cualquier hora, no habían razones para pasarla mal y los motivos sobraban para hacernos sentir mejor que en nuestra casa.
Aquellos tiempos eran muy sanos, caminábamos de una casa a la otra sin temor, todos vivían muy cerca, solo mi tía Paludia vivía retirada, pero ella pasaba los días con nosotros en casa de mi abuela y así disfrutábamos todos los primos el estar juntos. Después de un tiempo algunos se mudaron un poco más lejos, aun así íbamos a parar a esas casas y también armábamos un bochinche.
Mi abuelo veía su televisor incólume, como si nada estuviera pasando allí, había una butaca para él y un mecedor para mi abuela, después de comer se sentaban a ver televisión y a hacer su siesta, nosotros corríamos desde la cocina hasta el porche, pasando por entre los muebles y mi abuelo dormido profundamente, hasta que llegaba la hora de irse a su trabajo.
Las mujeres después de almuerzo se sentaban en el porche a conversar, algunas veces se unían mi tía Aracelis, que en paz descanse y mi tía Zoraida, entonces sí eran un montón. En la tardecita nos dejaban ir donde el Sr. Molina, que en paz descanse también, se fue sin darnos la receta de sus cepillados de fresa, él era de esas personas que tienen la cara muy seria, pero al sonreír les cambia por completo, bueno así era él, su rostro se iluminaba cuando sonreía. Mi sabor favorito era el de fresa, había limón, zapote, tamarindo, coco, no recuerdo si habían más, su bodeguita quedaba en la esquina y tenía una ventanita a la que yo casi no llegaba y a la que fui alcanzando hasta que me tocó cargar a los primitos más pequeños para que pudieran ver las chucherías.
En Navidad adornaban las casas, las calles, hacíamos cadenetas con plástico verde, rojo y blanco para guindarlas, mis tías adornaban sus casas y decoraban sus arbolitos, yo pensaba de niña que así debía ser la casa de San Nicolás y su esposa, todavía lo creo, ja, ja, ja.
Nos reuníamos para hacer las hallacas, mi abuela comandaba el guiso y luego entre todas organizaban la cadena de producción, todos teníamos derecho a ayudar, era un placer estar ahí, además cada año los más grandes iban tomando roles más importantes y limpiar las hojas y pisar las bolas de masa eran solo tareas de principiantes.
Mi tía Levis tenía una relación muy cercana con San Nicolás, ella siempre iba a buscarlo al aeropuerto cuando este llegaba y ella nunca regresaba, no entendíamos por qué, ella siempre tenía algo que hacer en el momento que llegaba Santa, con el tiempo aquel secreto tan bien guardado salió a la luz y ese año yo, lloré toda la noche…
Aquella casita de campo petrolero, fue para mí como una mansión, había todo lo que un ser humano podía necesitar para ser feliz, la gente que entraba y salía de ahí era para mi pequeña cabeza, familia mía, no sabía por parte de quién, pero si estaban allí, me pertenecían. Las fiestas tenían hora de inicio pero nunca sabíamos cuantos días duraban, después que se iban los invitados de afuera, la cosa se ponía mejor y mejor, salía el cuatro de mi tío Cheo y cantaba desde el más pequeño hasta el que nunca había cantado, mi tío Wincho, mi papá, mi tío Huguito, mi tío Ender, Gallina (un gran amigo de la casa a quien quiero como un tío) Gustavo, Mingo, Coello, formaban una parranda, mientras nosotros aprovechábamos de jugar hasta más no poder. Las tías y mi mamá, jugaban cartas, cocinaban, se hacían el manicure, el pedicure, se peinaban, como hermanas ellas también aprovechaban el tiempo para compartir juntas. Los Rodríguez, Los Bellorin, Dorcus y Daisy, la Sra. Ramona y familia, la Sra. Flor y familia, Los Morillo, Tibisay y otros más que no recuerdo sus nombres, formaron parte de esa sin igual atmósfera de Lagunillas.
Somos muchos primos, ya todos con familia, algunos ya con nietos, nos hemos ido dispersando, unos viven en el Zulia todavía, otros se han ido hacia el oriente, otros están en el centro, otros fuera del país, son muchas las circunstancias que hoy en día no nos permiten estar juntos, pero siempre tendremos la opción de viajar a través del tiempo y entrar como Pedro por su casa a la casa de la Abuela María y recordar cuando todo era alegría y cada quien podía ser feliz a su manera con la bendición de los dos abuelos, cada uno sentado en su butaca, supuestamente viendo el televisor…
Creo que al cerrar su ojos no dormían, solo se dejaban llevar por la felicidad de tener a todos sus hijos y sus nietos, disfrutando lo que solo ellos sabían darnos, una familia ¡unida y muy feliz!
Dedicado con todo mi amor a mis abuelos, tíos y primos que conforman la gran familia Marcano Ordaz.
Yarai
• 7 years agoComo cada escrito, me encanta la forma en que uno puede transportarse para vivir por un momento tus recuerdos. Me gusto muchisimo… Besos y cariños a cada uno de los miembros de tu familia
Hildamar Camejo
• 7 years agoGracias Yarucha de mi alma! Tienes un lugar especial en la familia Marcano, tambien!
isidastamatti@gmail.com
• 7 years agoSin Palabras ? bello. nostalgico no se muchas cosas queno se expresarlas tengo mucho sentimiento ,conoci la casa ect ect. Bello. Que bonito Amore te felicito ????
Hildamar Camejo
• 7 years agoGracias Amore! Si, mucha nostalgia al recordar tantos bellos momentos… TQM
Migdalia Camejo
• 7 years agoBellos recuerdos , yo tambien pase muchas vacaciones escolares y de navidad en esa casa, cuando ustedes eran unos bebes y yo vivia en su casa de Maracay , recuardo la peluqueria de Dilma , las comidas de la abuela Maria, la cara de respeto del abuelo Antero , a Levis con su traje de Santa , las parrandas que ivan tocando casa por casa en la noche de navidad, fueron muchos los momentos bellos que vivi con ustedes , por eso siempre los he cosiderdo mis hijos por eso disfruto tanto de sus alegrias y me duelen imensamente sus tristesas . los quiero mucho
Hildamar Camejo
• 7 years agoGracias tia! Que rico escuchar las vivencias de ustedes tambien, el sentimiento es reciproco … Te quiero mucho!
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